martes

Todo tiene un motivo... ¡ pero cuál !


Vengo de la cocina con una sobredosis de cafeina y chococlate... Nada es porque sí... dicen por ahí.


Todo tiene un motivo que lo hace ser como es. Por eso, en momentos de lucidez intuyo que intervenimos en cuanto sucede más de lo que queremos.


Generamos tanta irracionalidad en forma de lo que llaman "instinto de subvivencia". No lo vemos; lo sentimos cuando algo lo hace aparecer de repente. Es una energía difícil de controlar que permanece oculta si no la necesitamos y sale a la superficie en situaciones de peligro real o imaginario, que para el caso es lo mismo.



Claro que tocar fondo no significa estancarse; hundirse no es estar ya hundido, querido; permíteme que te cuente, hundirse es sentir que una comienza a asfixiarse, así de repente, a entrar en callejones sin salida con el corazón pegado al costado y perderse, pederse siempre.


A pesar de tantas realidades intolerables como conocemos, no parecen importarnos, sólo vemos un palmo más allá de nuestra nariz, sólo existe nuestro contorno, si como el que se marca alrededor de los cadaveres, como en las pelis, y no es que vivamos en una columna, cual estilitas, es que ni tan siquiera vivimos, sólo permanecemos. Pocas veces utilizamos nuestro propio motor de superviviencia para emplearnos al cien por cien en esto que dicen que es vivir; pensamos que nada justifica ese esfuerzo, estamos tan cansadas...


Nos decimos a nosotras mismas que las cosas parecen funcionar por si mismas, que no pueden ser de otra forma, que es lo que hay y pretendemos tenerlo todo bajo control. No admitimos que variable alguna nos haga errar en lo que hacemos. De ahí que mantengamos una única dirección y nos preocupemos por que el frigorifico, por ejemplo, esté siempre lleno, para no tener que movernos, y bajar, y luego subir, y volver a bajar, y volver a subir; también en esto somos mediocres. Nada de situaciones imprevistas, ni en lo bueno ni en lo malo.


En lo profundo del agujero es donde percibimos ese yo encendido, nuestra luz negra irradia nuestra escena resaltando cual espectros algunas formas y colores, los otros desaparecen. La matemática pura resulta vencedora al aceptar sin más cuanto el destino o los demás quieran hacer con nosotras; y es vencida por el instinto, que nos invita a volar pero lo que hacemos es vomitar la dejadez que nos invade.


Si de sobrevivir se trata, a veces saborear el cielo al máximo supone catar primero el infierno.


La energía huye de nosotras, las eternas insatisfechas, no queda fuerza, no hay savia vital. Dosificamos el ímpetu que sacude nuestro interior porque, si aceleramos la carrera, nos quedamos sin fuelle; yendo al mismo ritmo tendremos aire en los pulmones hasta el fin, creemos.


En el exterior, la Intensidad Vital supone riesgos que correr y valor para dar algún que otro salto al vacío; y la muy jodida nos reta a mover un dedo, pero no hay nada que nos espolee porque tampoco hay nada ya que penetre en nosotras, estamos cegadas por la propia desidia.


Las personas vivimos generalmente sin ser del todo conscientes de nuestras vivencias, por eso luego ocupamos gran parte de la existencia en explicarnos lo que fue o lo que no fue, muchas veces rastreando el rescoldo de algún viejo aroma con la intención de rescatar, como Proust, la esencia del tiempo perdido...


...Pero como siempre somos algo diferente de lo que fuimos, lo que hacemos es recrear el recuerdo y convertirlo en un sucedáneo de presente que se nos escurre como el agua entre las manos. Asumirlo, querido, conlleva ejercitar una mirada más o menos política, más o menos social, como gustas decir, o más o menos literaria, en la que ni la neutralidad ni las certezas existen. Sólo existe microsegundos que llenar de vacios.




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