jueves

Los vertices de la desconfianza. El Insomnio



No tengo sueño, esta noche. Sentada, encogida en una esquina de mi habitación, escuchando el tic-tac del silencio que creemos que es el reloj porque se me ha hecho tarde; por eso no tengo sueño.

No tengo sueño porque el aire está viciado de almas húmedas, pensamientos carcomidos llenos de mentiras, cartón y moho. Olores que aturden y nublan el horizonte que pretendo alcanzar, vivir sin necesidad de esconder mis sentimientos, mis ideas, mi talento, mi carácter, mi amor... por eso no tengo sueño.

No tengo sueño por tantas oportunidades perdidas para cambiar, y cada vez se presentan menos, por tantas decepciones después de cada esperanza que sueña despierta.

No tengo sueño, esta noche, porque estoy triste, porque quiero y no puedo. Quiero ser una persona y no puedo. Pienso y sufro, porque pregunto cosas sin obtener respuesta. Porque me estalla la cabeza con reproches, insultos a los/as que delimitan las primaveras, a los que dirigen mi vida. Mi yo cobarde, tímido, cómodo, con vocación de vivir tranquila sin molestar a nadie y mi yo rebelde, inconformista, idealista, estúpido.

No tengo sueño, esta noche, porque me invade el miedo. Tiemblo al pensar que algún día las musas que de vez en cuando me visitan se cansen de viajar hasta mí. Que deje de escuchar sus susurros en plena noche alumbrándome el camino, todo es gris, sin matices, con un solo punto de vista. Aunque tal vez viva más tranquila pero también más ignorante, limpia de realidad sin mancharme con vida que salpica.

En este instante, en el que no tengo sueño, sólo ganas, las pequeñas cosas y las grandes se disuelven, no sirven. Las pasadas, las presentes y las futuras se disgregan. Las cercanas y las distantes se separan. La montaña, la noche, el mar, el recuerdo de un grito no son nada.

A cien metros bajo tierra fluyen aguas subterráneas, y en unas gotas del mar está disuelta la sal que ingirió Sócrates su último día, tan importante, tan insignificante, como la sal y la arena que pisamos en una playa.
Tu espalda es parte de la tierra en este instante. Y tus ojos están hechos de la misma materia que la encina, como la mano que acaricia una piel que no importa que sea la tuya.

En este instante, el mundo y la vida son cosas que suceden.

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