martes

Se echa de menos...



Joder, sé que me va a salir un texto almibarado... sé que me desdeciré hasta el cansancio de haberlo tan siquiera pensado... pero es lo tengo en la recámara.

Se echa de menos... Creer. Creer que se cree en algo. Vivir unos días a la expectativa como si, de verdad, al camino, de pronto, se le enderezaran las rodillas y los recodos. Se echa de menos la ingenuidad. Ese abrirse de manos a la espera de que lluevan respuestas de lo alto. Un favor dulce, pero con fecha de caducidad, como todos los deseos que se pudren bajo el punto y aparte de un diciembre cualquiera.

Se echa de menos. Desde este rincón descreído a golpe de golpes y certezas, se echa de menos poder imaginar que una estrella fugaz con un propósito absurdo y bello, me concederá los deseos más íntimos, sin necesidad de pronunciarlos.

Quisiera adormecerme sólo una noche con la idea feliz de que el universo se permite la anarquía de algunas órbitas o que importo algo más que las briznas de hierba o los microorganismos unicelulares. Despertar una mañana con la seguridad de que alguien se deleita observando mis huellas en la nieve y que esas huellas fueran la solución a un enigma atávico. Desear que la alegría se eternice dos o tres días como un pájaro transitorio que olvidó su instinto.

Se echa de menos. Se echa de menos esa fe torpe de la infancia. Ese creer que se cree en algo. Esa ingenuidad exhibicionista que aguarda siempre por diciembre. Ese esperar (por si acaso, por si todo…) Ese homenaje a la esperanza contra cualquier destino. Esas manos abiertas... que, al final, no son más que sueños de artificio, celofán o lágrimas.

Por si acaso, por si todo, por si las lágrimas… felices fiestas, colegas tristes.

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