domingo

Pensamientos Solistas I


Su alma mira de reojo; su espíritu ama los escondrijos, los caminos tortuosos y las puertas falsas; todo lo encubierto le atrae.

Así retrata Nietzsche la figura del resentido, ese ser que vive acompañado de sus quejas, sus heridas y sus agravios como si no pudiera o no supiera desprenderse de ellos.

El castellano antiguo no distinguió con claridad entre rencor y resentimiento.

El Panléxico, un caótico diccionario escrito por Juan de Peñalver a mediados del XIX, que se explaya al hablar de sentimientos, dice: "El rencor, que en lenguaje vulgar y poco expresivo se suele llamar inquina o tirria, es el resentimiento oculto en el corazón hasta que se presente ocasión adecuada para poder vengarse completamente del que aborrece. Resentimiento es el amargo y profundo recuerdo de una injuria particular de la que desea uno satisfacerse, pero el rencor pasa mucho más allá, pues pretende causar todo el mal posible hasta la destrucción del contrario".

Posteriormente, el resentimiento se ha ido separando del rencor.

Rencor es un vocablo con una deliciosa etimología, que pone al descubierto la dinámica afectiva. Cuando alguien sufre una ofensa, se enfurece. La ira despierta el deseo de devolver el golpe, si consigue hacerlo, se desahoga y desaparece. Pero si no puede consumar la venganza, ni olvidar ni perdonar, esa furia se queda guardada, envejece y se enrancia. Pues bien, de la palabra rancio procede rencor, que es la cuestión moral, la ira envejecida.

Estas aventuras del lenguaje me parecen maravillosas.


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